Los viajes siempre nacían de la misma forma. Al
menos para Alicia. El teléfono sonaba, daba igual la hora, y en menos de veinticuatro
horas, ella y su madre estaban en otra ciudad. A las cuarenta y ocho horas, lo
más tardar setenta y dos, ya tenía una nueva escuela. Y compartiría
experiencias, vida y clases, con gente a la que no valía la pena coger aprecio.
No porque
fuesen malas personas, que de todo habría, sino más bien porque tarde o
temprano las acabaría dejando atrás. No serían más que unos rostros que con el
tiempo solo lograría recordar de una forma descontextualizada.
Ya no había emoción en cada nuevo viaje. Todos
eran lo mismo, ningún lugar era su hogar. No había apego posible a nada que no
pudiese guardar en su mochila y el hartazgo que ello le provocaba amenazaba con
ser la chispa que inflamaría la enésima discusión con su madre esa mañana.
Acaban de dejar su coche de alquiler en la
sucursal del aeropuerto en la ciudad vecina (125Km), y se disponían a coger un
taxi que las llevaría a la estación de tren de otra ciudad próxima (alrededor de
45 Km), donde alquilarían otro coche de gama baja con el que llegarían a su
nuevo destino. Fuera el que fuese.
Alicia consideraba eso una estupidez. Por qué
iban a hacer el viaje en otro coche, teniendo el todoterreno nuevo que usaban
últimamente. Para qué tanto paripé para cambiar de ciudad. No bastaba con hacer
el trayecto y punto. Y lo barruntaba tanto y de tal forma, que se le escapaban
comentarios agrios cada dos por tres por entre las comisuras de los labios.
-Por seguridad.- le respondió, al fin molesta
ante el aluvión de quejas de Alicia cuando se pusieron en marcha con el coche
recién alquilado con una identidad nueva.- Es por nuestro propio bien, y no
deberías poner en duda mis decisiones. Sabes que solo hago lo que es mejor para
las dos.
-¿En serio? ¿Lo sé? Porque últimamente me
parece que cada vez le encuentro menos sentido a todo.- El tono de Alicia era
de un desdén muy poco calculado y su madre reaccionó de inmediato.
-Claro que no le puedes encontrar sentido,
porque nada sabes.-los ojos azules y fríos de la madre de Alicia se clavaron en
los ojos de su hija, olvidándose completamente de la carretera.- Pero sí sabes
que te cuido y que te quiero. Y que no dejaría que ningún riesgo pudiera
dañarte. Y sí fuese seguro quedarse atrás, no estaríamos aquí ahora mismo.- volvió
a dirigir su atención al volante.-En mitad de una carretera que aparentemente
no lleva a ningún lugar, pero que sin duda y sin que tú lo sepas te lleva a la
libertad. Así que esta conversación llega aquí a su fin. Si estás enfadada,
ponte los cascos, o juega a la DS, pero sobre este tema no hay más que decir.
¿Queda claro?
Alicia se revolvió un poco en el asiento, todavía
reticente a aceptar el contundente correctivo que le acababa de aplicar su
madre.
-He dicho: ¿Qué si queda Claro?- levantó la
voz con contundencia la madre de Alicia, para enfatizar más su rotundidad y la
profundidad del compromiso que pretendía arrancar de su hija.
-Queda claro.-farfulló Alicia, todavía no muy
convencida de que eso fuese a acabar ahí.
-Más alto.-le exigió su madre.
-¡¡Queda Claro!!- le gritó antes de volverse
sobre un costado visiblemente enfadada, ponerse los cascos con el i pod y pasar
a tener esa misma discusión con su madre en su imaginación. Discusión en la que
le gritaba todo lo que siempre le quiso gritar, y en la que ella no encontraba palabras
con las que defenderse ni tampoco para dejarla en ridículo.
Los
kilómetros fueron cayendo, y Alicia, en
algún momento se quedó dormida.