Kaunas se incorporó a la fila, con la cabeza
gacha, evitando cruzar la mirada con la de los guardias. Temía que si estos lo
miraban a los ojos, pudiesen leer sus intenciones como en un libro
abierto. Se sentó en el lugar que tenía
asignado y al poco rato comenzó a removerse nervioso en el asiento. Aquellas
palabras que no debía haber oído se repetían en su cabeza, recordándole lo
mucho que se jugaban.
Con la desaparición del último rayo de sol y
la salida de la séptima luna del año, el gobernador dio comienzo a su puesta en
escena. Los guardias cerraron las pesadas puertas de granito tras él, y todos
los presentes se pusieron en pie para verlo avanzar hasta el escenario. Nadie
se atrevía a alzar su mirada más allá de sus pies; el silencio sería total de
no ser por los golpes que daban contra el suelo, con los bastones de sus picas,
los soldados de la guardia.
El gobernador subió los cuatro peldaños que
daban acceso al escenario y lo cruzó con
lentitud ceremoniosa, hasta llegar al monolito que presidía el teatro.
Una vez allí, metió la mano en el hueco horadado en la piedra y extrajo un pequeño libro. Se dio la vuelta
sosteniéndolo con ambas manos, besó sus tapas y lo alzó por encima de su cabeza,
antes de que aquel teatro que parecía invadido por un estado de ausencia,
rompiera en unos atronadores gritos de vivas y alabanzas.
Dejó que el júbilo corriera por su pueblo
durante unos segundos antes de acallarlo y reducirlo al mismo estado de
ausencia anterior con un mínimo gesto.
-¡Queridos hermanos- elevó su voz el
gobernador para dirigirse a la gente-, seguimos vivos!-las cuatrocientas almas
allí congregadas quisieron volver a gritar de alegría, pero continuó hablando-.No
han sido tiempos sencillos. La muerte y la desdicha nos han perseguido. Pero no
nos han derrotado. Y todavía podemos decir con orgullo que somos los últimos
hombres sobre la faz de la tierra.
El público quiso volver a levantarse para
seguir jaleando su suerte, pero el gobernador acalló cualquier intento con la
mirada.
Kaunas cada vez estaba más nervioso. Estaba
seguro de lo que había oído, y si se producía, pensaba aprovecharlo. Buscó con
la mirada a Silos y a Cercione. Ellos también estaban expectantes, y de vez en
cuando, lo miraban en busca de alguna indicación. Pero él poco podía decirles
aún.
El gobernador siguió hablando durante media
hora más, repitiendo el mismo discurso de todos los años. Ensalzando las
virtudes de un pueblo trabajador, que a causa de su obediencia y de su fe total
en sus gobernantes, se veía recompensado con el don de la existencia.
Una vez acabó, dio paso a los elegidos para
realizar la representación del día en el que a sus antepasados le fue revelada
la salvación. Kaunas reconoció entre los actores que daban vida a los siete
personajes más importantes de aquella historia, al hombre al que había
escuchado decir entre susurros que el día de la séptima luna, cuando se cruzase
con él en el escenario, mataría al gobernador. Cercione, consciente del punto
en el que se encontraba la situación volvió la vista atrás para volver a ver a
Kaunas, pero este estaba atento al escenario.
Fue en un segundo. La hoja del cuchillo
apenas tuvo tiempo a brillar con la luz del escenario desde el escondrijo que
el hombre tenía entre sus ropas, hasta el pecho del gobernador.
Por el teatro corrió un grito de horror,
mientras los soldados de la guardia contemplaban atónitos como chorreaba la
sangre de su máximo mandatario por la túnica de seda blanca. El caos se apodero
de la situación. Algunos gritaban de desesperación, los niños lloraban
desconsolados contra los pechos de sus madres y los hombres más fuertes,
acompañados por toda la guardia, se abalanzaron sobre el escenario.
Kaunas dirigió una rápida mirada a sus amigos
y corrió agachado hasta la brecha en la pared que había estado reparando unos
días antes. En cuanto Cercione y Silos llegaron hasta allí, Kaunas le dio una
patada al amasijo de adobe, dejando al aire un boquete suficiente para poder
escapar los tres.
-¿Estáis convencidos de que lo queréis
hacer?- les pregunto con miedo. - Una vez salgamos por este agujero, no habrá
vuelta atrás.
-¡Vámonos ya!- le urgió Cercione.
Los tres cruzaron por boquete y corrieron
envueltos en la oscuridad, ocultándose del amparo de la séptima luna del año,
para dejar atrás aquel lugar que tanto detestaban.
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