Un bote, dos botes, tres botes…
Le di casi sin querer, pero la
pelota se envenenó, perdiéndose para siempre en el horizonte blanco y curvo.
Lucil me mira; su rostro comienza
a componer un puchero… Era su juguete favorito, su única diversión.
─ ¡Papá…! –protesta con una
lágrima a medio salir.
─Lo siento cariño… ─me disculpé.
No sabía que decirle… me sentía fatal─. En el próximo mercado te compro otra…
Mi hija me ve. Dibuja una cara
extraña. Más amarga que feliz…
─Pero para eso todavía faltan
cuatro ciclos… ─vuelve a protestar, impotente.
Se me rompe el corazón de verla
sufrir. Más, sabiendo que es por mi culpa…
Camino hacia ella, quiero
abrazarla y consolarla… Aunque tal vez sea a mí mismo a quién quiero consolar…
Ella me ve y me rehúye.
─Cariño… ─le suplico poniéndome a
su altura.
Pero Lucil es así… da media vuelta
y echa a correr hacia la estación, dejándome plantado sin el abrazo.
Me levanto del suelo.
La veo correr y en cierto modo se
me pasa un poco la tristeza: ¡Es una niña de cuatro años perfecta!
Aunque tras un segundo, me doy
cuenta de donde estoy –estamos─, y de cómo han cambiado las cosas, y esa
alegría se pincha…
Echo a correr tras Lucil, no
quiero que se aleje mucho. La estación es un lugar seguro, pero solo hasta
cierto punto.
La veo llegar a la compuerta.
Como siempre, está abierta… Nadie la vigila…
Para qué… No hay a donde escapar…
Me apresuro para alcanzarla, pero
me lleva bastante ventaja. Veo como cruza el patio y llega hasta la puerta de
entrada al núcleo vital.
─ ¡Espera por mí! –le grito.
Ella se detiene, parece dudar. Yo
sé que sabe el código para abrirla, pero también que no le dejo entrar, ni
salir sola.
Al final, llego a su altura.
─Lucil… ─intento acariciarla.
─ ¡Papá! –se aparta ella, con
disgusto.
─Está bien… ─acabo doblegando,
mientras tecleo el código de la puerta.
La puerta repite el mismo ruido
mecánico de siempre y se abre renqueante. Pasamos y esperamos a que se vuelva a
cerrar. El ruido de gases comprimiendo y descomprimiendo resuena por todo el habitáculo.
Cuando la luz verde se enciende,
la otra puerta, la que da al núcleo vital se abre. Pulsamos los botones del
dispositivo, y la escafandra transparente se repliega dentro de nuestro traje.
Tecnología por cortesía del
enemigo…
Dentro, en el núcleo vital, el
ruido es desagradable. Parece una pelea constante, siempre se oye algún grito,
alguna amenaza…
Agarro a mi hija por los hombros
y comenzamos a caminar hasta nuestra cédula. Por el camino nos cruzamos a
varias personas, pero como de costumbre, evitamos mirarlos a los ojos.
Nunca se sabe con quién puedes
dar…
Bajamos las escaleras y torcemos
la esquina. Fredy y Susan están delante de la cafetería.
─ ¿Te has enterado? –me pregunta
Fredy sin más explicaciones.
Abro la boca… no sé de qué me
están hablando…
Susan parece notarlo.
─Dicen que los amos van a cerrar
otra estación –su tono es ansioso─. La misma enfermedad que acabó con las otras
dos anteriores… ─se acerca más a mí, incidiendo en un tono más confidencial─ y
dicen que a los supervivientes los van a recolocar en las restantes… y que aquí
van a venir varios.
Susan se separa un poco y mira
hacia los lados, temerosa de que alguien más le pudiese haber oído.
─Susan… ─cómo explicarle que mi
hija y yo también somos supervivientes de la enfermedad que tanto le preocupa─
si no enfermaron es porque son inmunes –intento explicarle.
─ No sé –Fredy arruga la nariz,
como si algo le oliese mal─. Me da que los amos ya se hartaron de nosotros… y
que está es su forma de terminar con todo… Hasta ese perro sarnoso y traidor de
Gatof anda encogido y escondido debajo de ese asqueroso sombrero de copa que
lleva… Creo que hasta él se está dando cuenta…
Lucil está a punto de hablar,
pero le aprieto en los hombros, a la vez que le dedico una mirada para pedirle
silencio.
─Susan, Fredy… no sé qué deciros…
si los amos quisieran matarnos, ya lo habrían hecho, creo yo… ─les digo─ No nos
hubiesen exiliado a la luna… Pero en fin, ellos son los que mandan…
Fredy rezonga con la cabeza y
murmulla algo por lo bajo. Susan parece darle la razón.
─Nos vemos –me despido y
comenzamos a andar de nuevo.
Tras un rato Lucil se para.
─Papá…
─ ¿Qué?
─Echo de menos a mamá.
─Yo también hija, yo también.
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