viernes, 10 de enero de 2014

Juegos de familia.


 
 
“…Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Cenicienta sabía que no debía…”

El abuelo se quitó las gafas y dejó a un lado el cuento infantil para dedicarle una amorosa mirada a su nieta dormida. Era incapaz de describir lo que sentía por aquella niñita. Se había convertido en el soplo de vida que lo empujaba a seguir viviendo.
La tapó lo mejor que pudo con las mantas, encajando los pliegues bajo el colchón, y la besó en la frente con ternura antes de salir de la habitación.

 

La sonrisa bondadosa de su rostro se borró en cuanto vio a los dos hombres sentados en la mesa de su cocina.

– ¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo habéis entrado? –les preguntó de malos modos.

–Les he traído yo –respondió una voz diferente a su espalda.

El anciano se giró y vio con sorpresa el rostro de su hijo a un palmo del suyo.

 –Me oyeron quejándome de lo injusto que eres… y se ofrecieron a ayudarme para convencerte de que lo mejor es que una hija esté con su padre –continuó hablando con gesto inocente –. A qué sí, muchachos.

– ¡Bastardo! –rugió el viejo antes de escupir a la cara de su hijo– Deberían haberte matado en la cárcel.

– ¡Papá! –Exclamó con una naturalidad fingida, mientras le soltaba un violento bofetón, aprovechando el movimiento para limpiarse el escupitajo – ¿Te parece bonito decirme esas cosas?

El anciano cayó al suelo como un saco. De la boca comenzó a brotarle un hilillo de sangre que pronto aumentaría de caudal.

–No voy a dejar que te lleves a la niña –rumió con odio–. No estás preparado. Eres un maldito psicópata.

– ¿Me llamas psicópata? ¿Tú, a mí? –Soltó una carcajada–. Traedlo aquí –les ordenó a los matones.

Los dos esbirros se acercaron despacio, un tanto inseguros de lo que estaban haciendo.

– ¡Espabilad! –Les gritó para sacudir sus dudas – ¡Es para hoy!

–Lo siento jefe –musitó uno de ellos al oído del anciano mientras lo ponía en pie –. Esto no debería ser así, pero…

– ¡Vamos! –volvió a urgirlos– Aquí tiene que haber cambios radicales.

El viejo intentó resistirse, pero la fuerza de aquellos dos gorilas era imposible de combatir para él.

Aun así, estaba desbocado. Braceando y pataleando.

En su vida había pasado por una situación que le generara tanta impotencia. Era el patriarca de la familia. El jefe del clan. Nadie se atrevía a ponerle la mano encima. Su palabra era la ley, y todos se plegaban ante ella. Incluso la verdadera ley.

– ¡ESTÁIS MUERTOS! ¡ESTÁIS TODOS MUERTOS! –gritó enloquecido una vez lo dejaron de nuevo ante su hijo.

– ¡Oh!, ¡venga ya, papá! –su hijo continuó burlándose con el mismo tono socarrón y exasperante de antes– Tú ya no estás en condiciones de matar a nadie.

El ruido del picaporte de una puerta paralizó toda la escena durante un instante. Tras los diminutos pasos, la niña entró a la cocina con un peluche bajo el brazo.

– ¡Abuelo! –exclamó asustada al ver la sangre en la comisura de sus labios.

– ¡Hija mía! –su padre se abalanzó sobre la niña, olvidándose de todo por un momento.

La niña dio un chillido y se echó hacía atrás aterrorizada ante el desconocido que pretendía abrazarla.

–Cariño, ¿qué te pasa? Soy yo, papá. ¿Es qué no me reconoces? –con cada paso que daba, la niña retrocedía todavía más.

–Abuelo… –comenzó a balbucear– ¿Qué está pasando? ¿Quién es…

–Tranquila, Lucy. No va a pasar nada –la tranquilizó el anciano–. Ya lo verás.

–Pero… –intentó protestar ella con el rostro inundado de pucheros.

– ¡Serás cabrón! ¡La has puesto en mi contra! –gritó su hijo exasperado, dando dos pasos rápidos hasta él y soltándole un puñetazo en la cara– ¡Ni siquiera sabe quién soy!

– ¡Para! ¡Para! –Lucy echó a correr y comenzó a golpear a su padre para que dejara en paz a su abuelo.

– ¡Lleváosla de aquí! –les ordenó a los matones–Esperadme en el coche.

 La niña siguió pataleando mientras la levantaban en peso para llevarla al coche.

–Tranquila preciosa. Papá va a solucionar esto, y tú yo podremos estar juntos –desvió la vista hasta su padre un instante, y volvió a mirarla a ella antes de que se la llevaran –. Ya verás lo bien que lo vamos a pasar.

En cuanto se llevaron a la niña, el anciano comprendió que había llegado el día que tanto había temido.

 

El día en el que no le quedaba más remedio que matar a su hijo.