sábado, 22 de febrero de 2014

Copia de seguridad.


 

 
 
 
 
 
 
La doctora Rose fijó los dos últimos parches adhesivos a la frente del Mayor Philip y pulsó el botón para sellar el tanque de tele-transportación. Pronto el cuerpo del soldado estuvo flotando en aquel extraño líquido azulado; al igual que sus otros cinco compañeros.

Volvió al puesto de control sin perder de vista  el reloj digital que presidía la sala. Faltaban pocos segundos para la hora programada.

– ¿Constantes vitales? –inquirió a su ayudante.

–Normales.

– ¿Estado de las copias de conciencia?

–Completas.

– ¿Copias de seguridad?

–Concluidas y guardadas en el servidor.

–Adelante, entonces –dijo iniciando la secuencia necesaria en el panel de mando.

Los tanques comenzaron de inmediato a chispear, como si una pequeña tormenta eléctrica se hubiese formado dentro de ellos. El indicador de potencia subió con rapidez hasta llegar al nivel necesario y la mujer se quedó con la vista fija en el reloj digital y la mano preparada sobre el pulsador.

…3, 2, 1…

– ¡Ahora! –Exclamó pulsando con fuerza.

En ese momento entró a la carrera un oficial con el rostro desencajado, agitando un papel en alto.

– ¡Paren el viaje! ¡Nos informan de que es una emboscada!

 

 

Philip era uno de los jefes de operaciones del grupo de fuerzas tele-transportadas. Un grupo encargado de realizar incursiones  desde dentro del territorio enemigo.

La tele-transportación se había vuelto un concepto sencillo, aunque era el gran secreto del gobierno para el que trabajaba: su arma más efectiva. Tan solo necesitaban un clon en el lugar necesario y una conexión estable de cuantinet –el internet cuántico–, para enviar la copia de la conciencia de un cuerpo, a otro. De un lugar, a otro.

Simple como apretar un botón.

 

Al Mayor, pese a los más de cincuenta viajes que tenía a sus espaldas, despertar en el cuerpo de destino siempre le resultaba traumático. Nunca terminaba de acostumbrarse. Las náuseas iniciales se veían relegadas por una sensación de desorientación y de miedo profundo que lo dominaban todo, en tanto su conciencia no terminaba de amoldarse por completo al cerebro en blanco.

Aunque aquella vez supo que algo iba mal desde el principio.

Todo estaba oscuro; hasta sus oídos solo llegaban ruidos confusos.

Sin previo aviso, la tierra comenzó a vibrar con violencia tras un enorme estruendo.

Philip reaccionó como pudo. Se notaba lento, agarrotado por la inactividad a la que había estado sometido el cuerpo clónico en comparación con el cuerpo que acababa de dejar atrás, pero consiguió escapar del tanque portátil antes de verse atrapado debajo del.

Tanteó con la mano hasta llegar a una pared. Supuso que estaba en el interior de la caja de un camión, como en otras misiones, y que este había volcado tras una explosión, pero tampoco podía asegurarlo con certeza. Se retiró todos los parches y rebuscó a tientas tratando de encontrar algo que pudiese iluminar aquel lugar.

En ese instante, una gran explosión hizo que uno de los laterales se volatilizara, lanzando el cuerpo de Philip contra el extremo opuesto.

La humareda tardó unos segundos en disiparse. Los mismos que le costó al soldado sacudirse el aturdimiento. Estaba entrenado para actuar, no para quedarse quieto. Semidesnudo, se acercó hasta el boquete que había quedado para valorar la situación.

Los cinco camiones yacían sobre sus costados, y los que todavía no ardían, seguían siendo azotados por una intensa lluvia de balas.

Aquella operación había salido mal, no tenía arreglo. Era urgente que iniciara el protocolo de emergencia, los rebeldes no debían hacerse con su tecnología.

Rebuscó por toda la caja del camión, apartando como podía la ingente cantidad de trastos que había por el suelo a causa del volcamiento, hasta encontrar la caja negra.

Abrió la tapa e inspiró con fuerza. Esperaba que la doctora Rose no tuviese problemas con las copias de seguridad. La continuidad de su existencia, y la de sus compañeros de armas, dependía de ello.

Cerró los ojos y, dejando de pensar, oprimió el botón para convertir aquel lugar en un cráter inmenso.

 

 

 

lunes, 17 de febrero de 2014

Game Over.




 
 
 
 
 
 
 


Apoyó la espalda contra la pared para proporcionarle un leve descanso a sus ardientes pulmones; las balas y las explosiones se sucedían por todos lados, haciendo de cualquier lugar, el sitio perfecto para morir.

Inspiró varias veces antes de reunir el valor de avanzar hasta el siguiente punto donde parapetarse. Corrió con todas sus fuerzas, esquivando los cascotes y los escombros esparcidos por el suelo, y se tiró bajo un camión herrumbroso con la caja de carga en llamas, mientras una gran bomba reducía a arenilla la pared en la que había estado apoyado un instante antes.

Anxo ya no pensaba, no era capaz en esas circunstancias. Tan solo se limitaba a actuar por mero instinto. Aquello se había convertido en un caos.

Un caos destructivo y sangriento.

Desde su posición, tumbado en el suelo, vio a dos francotiradores apostados a doscientos metros del lugar que debía alcanzar. Era consciente de que con ellos allí, jamás podría pasar. Pulsó un par de teclas en su ordenador de antebrazo para fijar las coordenadas. Tras unos pocos segundos, los lugares señalados saltaron por los aires tras el bombardeo aliado.

Por fin tenía el camino despejado.

Se arrastró fuera del camión y volvió a echar a correr. Era un blanco demasiado fácil como para tomárselo con calma.

Los pulmones le volvían a arder con intensidad, pero el zumbido y las turbulencias de un helicóptero acercándose por su espalda le obligaron a apretar más aun el paso.

Aquello era lo último que necesitaba.

Una sorda ráfaga de balas de gran calibre comenzó a hacer saltar por los aires los pedazos de tierra donde los pies de Anxo habían pisado un instante antes. Con gran pesar, casi se hizo a la idea de que todo iba a acabar ahí.

Pero la suerte se puso de su lado.

El helicóptero pasó de largo, realizando las maniobras necesarias para volver a atacar de nuevo, una vez agotó su munición. Anxo no dudó. Se quitó la mochila de un tirón y quitó de ella las piezas del lanzagranadas portátil que llevaba. Las ensambló en un abrir y cerrar de ojos, e introdujo por la boca de lanzamiento una granada imantada de efecto anti –tanque. Calibró la trayectoria y apretó el gatillo. La granada trazó una parábola perfecta en el aire hasta adherirse a la estructura del helicóptero.

Anxo echó a correr dejando la mochila atrás. Contó para sí hasta ocho y se tiró a un pequeño foso que había antes de la entrada al bunker. El helicóptero se convirtió en ese instante en una gran bola de fuego. Anxo notó como la potencia de la explosión aplastaba su cuerpo contra la tierra. Giró un poco la cabeza, tratando de ver algo en medio del humo existente, preguntándose si podría continuar ya. Sin esperarlo, un pedazo de pala del rotor cayó del cielo como un cuchillo lanzado por un especialista, clavándose a algo menos de un palmo de sus ojos.

Anxo tragó un poco de saliva antes de reunir la sangre fría necesaria. Estaba muy cerca. No podía detenerse.

Se levantó del foso de un brinco y entró corriendo al bunker.

Tras doblar la primera esquina, sin tiempo de reacción, un soldado enorme lo derribó de un golpe. Parecía estar esperándolo. Desde el suelo Anxo sacudió la cabeza, sintiéndose un poco tonto por no haber previsto algo así. Tanteó como pudo su cinturón para sacar su pistola automática, pero aquel gigante lo cogió por la pechera, alzándolo como un saco de paja, para lánzalo por el aire contra una de las paredes. Anxo chocó contra ella y rebotó por el suelo.

La vista le fallaba, todo se había vuelto borroso. Pero aún no se sentía acabado.  

Esperó a que su enemigo se pusiese de nuevo a su lado, sabía que solo tenía una opción. En cuanto percibió la forma de sus botas por el rabillo del ojo, se impulsó sobre sus caderas para realizar un barrido con sus piernas. El gigante no se lo esperaba y cayó a plomo sobre el suelo con gran ruido.

Anxo esbozó una media sonrisa, satisfecho de sí mismo. Se puso en pie y antes de que al soldado le diese tiempo a reaccionar, le disparó en la frente dos tiros.

A su espalda percibió un ruido. Se dio la vuelta con intención de disparar, pero todo se volvió negro.

 

 – ¡Mierda! –se quejó Anxo al salir del simulador –. Lo tenía controlado, pero no sé de donde salió ese último francotirador.

 – ¡Anda!, deja que lo intente yo. Este juego no guarda ningún secreto para mí.