10:45
Llegué pronto. Me daba igual esperar si con
ello me podía ahorrar algún disgusto.
Aquello era algo serio.
Me senté en un banquito, bajo la marquesina
de autobuses donde habíamos quedado.
No había nadie esperando todavía, así que, con
el único propósito de disimular, saqué un periódico del bolsillo y lo extendí
sobre las rodillas, mientras observaba de soslayo mi perímetro. Apenas había
gente por la calle. Todo estaba tranquilo.
Un ruido de tubo de escape llamó mi atención
a mi espalda. Tal vez no viniese en autobús, pensé esperanzado. Pero el coche
pasó a toda velocidad sin detenerse.
Quería acabar con aquello cuanto antes y no
deberle nada más a esa gente.
11:00
El primer autobús descargó a cuatro pasajeros. Ninguno parecía
ser la persona a la que esperaba.
Los nervios me provocaron un tic en una
pierna. La empecé a mover arriba y abajo sobre la puntera del pie en un acto
reflejo. Igual de incontrolable como el tiritar por frío.
Ya había llegado la hora. El contacto se
presentaría de un momento a otro. No podía tardar.
Sólo debía permanecer allí quieto; conservando
la calma.
11:15
Cerré los ojos y respiré con fuerza unas
cuantas veces.
Para cuando los abrí, desearía no haberlo
hecho: un coche patrulla estaba pasando justo por delante de mis narices. Sentí
como el corazón amagaba con querer saltarme del pecho. Era lo último que quería
ver en aquel momento.
Volví a cerrar los ojos y respiré aún con más
fuerzas.
Al cabo de un rato no muy largo, una vocecita
me obligó a abrirlos de nuevo.
–Mami,
¿qué le pasa a ese señor? –le preguntó una niñita a su madre, señalándome con
el dedo desde el otro extremo de la marquesina.
–No sé,
Cielo –bajó el brazo con el que me señalaba la niña y la atrajo hacía sí –. Ven, anda, no te sientes ahí.
11:30
El siguiente autobús llegó igual de puntual
que el primero. Y también con idéntico resultado. Nadie parecía querer buscarme.
Un reguero de desesperación luchaba por
adueñarse de mí.
Me fijé en cómo subían madre e hija al
autobús, y me sorprendí al ver a la niña despidiéndose de mí con la mano.
No pude evitar sonreírle y devolverle el
gesto. Los nervios me habían hecho quedar como un idiota ante esa niñita y su
madre. Tendría que dominarme mejor para llegar a buen puerto con aquello. El
mismo contacto podría negarse a entregarme el fardo, si me miraba incapacitado
para cumplir el trato.
Y yo no quería eso.
Ni las consecuencias posibles.
11:45
Ardía de ganas de levantarme e irme. Y
lamentaba mi suerte por no poder hacerlo.
El coche patrulla volvió a pasar por delante
de mí, en lo que aparentaba una rutina habitual
de patrullaje. Aunque no me puse tan nervioso como antes, sentí cierta falta de
aire.
Intenté distraer mi mente ojeando el
periódico. Pasé las páginas, una tras otra, sin hacerle mucho caso a nada en
concreto, hasta detenerme en la sección de pasatiempos.
No tenía bolígrafo, así que me decidí por el juego
de encontrar las diferencias. Algo sencillo que pudiera recordar con la mente.
11:58
Unos agudos chirridos llamaron mi atención
cuando iba por la cuarta diferencia.
Levanté la vista del pasatiempo y me sorprendí
al ver en la marquesina a tres personas más. Las revisé con la vista un poco,
pero todas parecían ajenas a lo que me retenía allí.
Otra vez los chirridos volvieron a hacerse
audibles. Todos los presentes volvimos la cabeza en la dirección del ruido, hacía el final de
la avenida.
De allí, a toda velocidad, un coche negro
avanzaba esquivando el escaso tráfico, con una patrulla pisándole los talones.
Cuando terminaron de recorrer la avenida, el
coche negro hizo el amago de prepararse para tomar la curva.
El
coche policía lo copió.
En el último momento, el primero derrapó
sobre sus ruedas traseras, invirtiendo el sentido de la marcha. Los policías
intentaron corregir la maniobra, pero el ancho del asfalto no fue suficiente
para ellos.
Mi vista
corrió rápido hasta el coche negro. Parecía que ya lo tenía hecho, aunque un
ligero vaivén en la zaga del coche, unido a la desproporcionada velocidad,
empezó a provocarle un avance errático.
Salté de mi asiento en cuanto vi lo
inevitable.
Tras la lluvia de cristales giré la cabeza
con precaución, pero no supe cómo sentirme cuando vi al mafioso, al que llevaba
algo más de una hora esperando, envuelto en un mortal amasijo de hierros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario