jueves, 10 de febrero de 2011

Despedida a solas con una botella de ginebra.

La ginebra te rasca en la garganta. El olvido se convierte en una necesidad tan vital como el agua misma.
Paseas tú vista por la habitación tras tirar un poco de ceniza en el cenicero, deteniéndote en esa foto.
Su pelo es negro y todavía parece que te esté sonriendo.
Bebes otro trago y le das una calada al cigarrillo. Reprimes una arcada. Te pasas la mano por el pelo y resoplas.

¡Joder! ¡Basta ya!
¿Qué mente jodidamente enferma maneja nuestras vidas? 

Acaso después de algo así, uno podría volver a creer en algo. Volverían a tener sentido los amaneceres y los cantos de sirena. ¿Podrías recordar esa mano que te acariciaba y sonreír, pensando en lo vivido, o siempre sería como ahora, que solo te dan ganas de volver a llenar el vaso?
No lo sabes, pero casi no te importa. Tan solo vives a cinco minutos vista.
¿Planes? Qué es eso. Una vez los hiciste, y ahora no te valen para nada, ¿Verdad?
Tantas cosas que pensasteis, tantas cosas que decidisteis que quedarían sin hacer.
Miras el vaso. El hielo se derritió completamente, no te queda ginebra. Agarras la botella y la vacías en el vaso hasta hacerlo rebosar. La miras como si fuera la culpable de todas tus desgracias y la arrojas con todas las fuerzas de tu alma contra la pared.

La foto se calló. Los cristales saltaron en mil direcciones.

El silencio te sigue haciendo compañía. Bebes más. La ginebra sobrante te pringa el puño del jersey y el árbol que puedes ver desde la ventana se balancea violentamente por el viento. La luz de la habitación tintinea tímidamente y los nubarrones acuden, como en una competición, para tapar el tapiz celeste.
Un trueno se deja oír. Tormenta. Perfecto para tu estado de ánimo.  
Te empiezas a acostumbrar a la desesperación. La vida te sabe amarga.

Cuando eras niño prometiste no volver a llorar, pero estas a punto de mirar para otro lado y hacer una excepción.
¿Por qué?

Era joven, guapa, lista.
Divertida, sensata, cariñosa. Era vida.

Era.

Sabes que no puedes hacer nada. Sabes que no sabes dónde está y que aunque lo supieras no podrías traerla de vuelta. Apuras el vaso en un trago. Te dejas llevar por el efecto del alcohol. Llevas dos días sin dormir y la cabeza te da vueltas. Un efecto somnífero invade tu cuerpo. Antes de cerrar los ojos y rendirte al agotamiento musitas esas palabras que no tuviste valor de pronunciar la última vez que la viste.
“Descansa en Paz, amor”

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