martes, 11 de marzo de 2014

Central Inferno Park.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
– ¿No te pasa qué a veces piensas: “Por qué no me habré quedado a hacer horas extras en la oficina”? –preguntó mientras abría una lata de cerveza.
–No sé Joy, ya sabes que yo no comparto tú afición por chupársela al jefe –le respondió Dave, haciendo lo propio con otra lata.
– ¡Vete a tomar por el culo! –se rio Joy–. Me refiero, a que llegas cansado de trabajar, quieres estar tranquilo y… –señaló la pequeña melé que formaban a unos metros de ellos, sus hijos y los de Dave, mientras sus esposas se afanaban en separarlos–. ¿No te jode?
–Amigo –Dave y Joy se conocieron, y entablaron amistad, el mismo día que bajaron allí por primera vez–, mira a tú alrededor. ¿De qué te extrañas?
–Ya… –Joy espantó una mosca con el rabo en ese momento–. ¿Tú, cómo haces para soportarlo?
–A todo se acostumbra uno –repuso Dave indiferente, dando otro sorbo a su cerveza.
 
Sus esposas llegaron en ese momento. Por fin habían logrado separar a sus engendros, y los llevaban sujetos por las muñecas.
–Intenta tranquilizar a tus hijos. Ya me tienen hasta la punta del cuerno –dijo Cao-cao tocándose su asta izquierda.
– ¡Diablillos, míos! ¡Venid a los brazos de papá! –los alentó Dave.
Las dos criaturitas se abalanzaron sobre su progenitor en un par de aleteos.
– ¿Sois malos? –les preguntó.
– ¡Sí! –respondieron al unísono.
– ¿Cuánto de malos?
– ¡Cómo el mismísimo Satán! ¡Los peores demonios de todo Infernoville! –volvieron a recitar a la vez, como una letanía mil veces repetida.
– ¡Así me gusta! –los dejó otra vez en el suelo mientras arremolinaba un poco más sus encrespados cabellos negros– Anda, y ahora iros a dar por saco a un sitio donde no os veamos. El parque es grande –hizo un gesto con la mano–. Y procurad no haceros daño. Ni por casualidad, ni a propósito. ¡Qué nos conocemos!
Cao-cao se quedó mirándolo de hito en hito.
– ¡Así los tranquilizas tú! –le reprochó mientras los niños desaparecían de su vista.
– ¿Qué? –Dave se encogió de hombros–. Es su naturaleza.
Los hijos de Joy y Kero se removían frenéticos por perseguir a sus compañeros de fatigas.
– ¡Venga, vosotros también podéis ir! –les dijo Joy, haciéndole una seña a su esposa– Pero no hace falta que seáis muy malos…
Los diablillos ya se habían soltado y marchaban corriendo tras las pista de los otros dos.
–Portaros regular… –añadió a sabiendas de que no le  prestaban atención.
Por un momento, los cuatro adultos permanecieron callados.
– ¿Queréis que empecemos a preparar la comida? –sugirió Dave, para romper aquel encantamiento.
Cao-cao y Kero se miraron y asintieron con la cabeza.
–Vale, así vamos preparando nosotras el resto –repuso la mujer de este.
Dave cogió la bolsa con las hamburguesas de serpiente y se dirigió hacia las barbacoas acompañado de Joy. Tras embutir en el hueco bajo la parrilla una cantidad ingente de carbón, aplicó calor con sus manos hasta prenderle fuego.
Joy abrió otra cerveza y le susurró a su amigo.
–Todavía no te dije que estoy teniendo una aventura.
Dave lo miró divertido.
–En lo que va de año, yo ya llevo tres –se rio.
– ¿Tres?
Dave asintió con la cabeza y le dio la vuelta a una hamburguesa.
– ¿Cómo crees que aguanto, si no?
– ¡Dave! –gritó su mujer desde el lugar donde estaban extendiendo la gran sabana sobre la que comerían–. ¿Por qué hay un periódico viejo entre las cosas?
–Yo qué sé… –respondió sin volverse–. Habrá venido por error.
– ¡Siempre igual! ¡No te fijas en nada! ¿Eran pocas las cosas que había que cargar?
Aquellos reproches entraron y salieron de su cabeza sin hacer parada ni fonda en su cerebro.
–Arpías… –susurró de tal modo que solo Joy lo escuchó.
 
La comida transcurrió sin mayores sobresaltos hasta la hora del postre. Sus engendros, apenas terminaron de engullir las hamburguesas, salieron disparados con la intención de seguir con sus juegos.
–Mirad lo que tengo –dijo Dave sacando una bolsita con unos gramos de ceniza –Cosecha del 44. No habéis probado nunca nada con tanta maldad.
Dave cogió un estuche de pinturas de su mujer, y formó seis líneas de ceniza sobre el espejo.
– ¿Queréis? –les ofreció a las mujeres una vez que ellos dos inhalaron las primeras.
–Bueno, una pequeñita –dijo Cao-cao, escogiendo la más grande que quedaba y pasándole el estuche a Kero para que se sirviera.
Kero esnifó y le pasó el estuche otra vez a su marido para que repitiese.
– ¡Joder! ¡Sí que es buena, sí! –exclamó Joy apretándose la nariz–.Tienes que probar la que tengo yo. Cosecha del 75. De un tal Franco.
– ¡Oh! Pues esa no ha de estar mal tampoco –repuso Dave acabando con la ceniza que quedaba –. Me la ofrecieron el otro día, pero era bastante cara.
Kero reaccionó al instante.
– ¿No te estarás gastando dinero en esta mierda? –le espetó a su marido.
–Eh…
– ¿Y tú? –Intervino Cao-cao mirando a su marido– Me dijiste que te la regalaban.
Dave puso los ojos en blanco.
– ¡Bueno!, ¿no se suponía que veníamos a pasar un día de buen rollo al parque?
– ¡Siempre igual! –Cao-cao se puso en pie hecha un basilisco– ¡¡Me tienes harta, te dejo!! ¡Vámonos Kero, tú y yo seremos más felices juntas que con ellos!
– ¡Pero Cao… –intervino Joy.
–Lo siento Joy. Prefiero quedarme con tu mujer –dijo Cao-cao besando con pasión a Kero–. Me pone más.
Las dos arpías echaron a andar por el parque, sin volver la vista atrás.
– ¿Así que tenías una aventura? –Comentó Dave con una sonrisa mientras abría otra cerveza– ¡Qué hijo puta!
Joy se encogió de hombros.
–Ya… –musitó mientras veía a lo lejos como sus bastardillos le plantaban fuego a una papelera.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 

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